SAN AGUSTÍN NOS EXPLICA LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO (1)

02.03.2024

1. No es necesario detenernos en las cosas ya expuestas. Pero, aunque no es necesario demorarnos en ellas, sí conviene traerlas a la memoria. Vuestra Prudencia recuerda que el domingo anterior asumí predicaros un sermón sobre los dos hijos de que hablaba el evangelio leído también hoy2, pero no pude terminarlo. Pero el Señor nuestro Dios ha querido que, pasada la tribulación, también hoy os pueda hablar. He de saldar mi deuda de un sermón: la deuda contraída por amor3 hay que mantenerla siempre. Que el Señor me ayude para que mi poquedad pueda satisfacer lo que esperáis de mí.

2. El hombre con dos hijos es Dios, que tiene dos pueblos. El hijo mayor es el pueblo judío; el menor, el pueblo gentil. La herencia recibida del padre es la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio y todo lo que Dios nos dio para que lo conozcamos y lo adoremos. Tras haber recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región lejana4: lejana, es decir, hasta el olvido de su creador. Disipó su herencia viviendo pródigamente5: gastando y no adquiriendo, derrochando lo que poseía y no adquiriendo lo que no tenía; es decir, consumiendo todo su ingenio en dispendios, en ídolos, en toda clase de perversos deseos a los que la Verdad llamó meretrices6.

3. No ha de extrañar que a ese dispendio siguiese el hambre. Reinaba la penuria en aquella región7: no penuria de pan visible, sino penuria de la verdad invisible. Impelido por la necesidad, fue a dar con un jefe de aquella región8. Se entiende que se trata del diablo, jefe de los demonios, en quien van a dar todos los curiosos, pues toda curiosidad ilícita no es otra cosa que una pestilente penuria de verdad. Aquel hijo, arrancado de Dios por el hambre de su inteligencia, fue reducido a servidumbre y le tocó ponerse a cuidar cerdos; es decir, la servidumbre última e inmunda de que suelen gozarse los demonios. En efecto, no en vano permitió el Señor a los demonios entrar en la piara de los puercos9. Aquí se alimentaba de bellotas, que no le saciaban. Las bellotas son, a nuestro parecer, las doctrinas mundanas, que meten ruido, pero no sacian; digno alimento para puercos, pero no para hombres; es decir, las que producen satisfacción a los demonios, pero no hacen justos a los fieles.

4. Al fin, tomó conciencia de dónde se encontraba, qué había perdido, a quién había ofendido y con quién había ido a dar. Y volvió a sí mismo10; primero a sí mismo y de esta manera al padre. Pues quizá se había dicho: Mi corazón me abandonó11, por lo cual convenía que primero retornase a sí mismo y, de esa manera, conociese que se hallaba lejos del padre. Lo mismo reprocha la Escritura a ciertos hombres diciéndoles: Volved, prevaricadores, al corazón12. Vuelto a sí mismo, se encontró miserable: He hallado —señala— la tribulación y el dolor, y he invocado el nombre del Señor13. ¡Cuántos jornaleros de mi padre —dice— tienen pan de sobra, mientras que yo perezco aquí de hambre!14. ¿Cómo le vino esto a la mente, sino porque ya se anunciaba el nombre de Dios? Ciertamente, algunos tenían pan, pero no como era debido, y buscaban otra cosa. De ellos se dice: En verdad os digo que ya recibieron su recompensa15. A los que son como aquellos a los que señala el Apóstol cuando dice: Anúnciese a Cristo, no importa si por oportunismo o por la verdad16 hay que tenerlos por jornaleros, no por hijos. En efecto, el apóstol quiere que pensemos en quienes, por buscar sus intereses, son jornaleros y, anunciando a Cristo, abundan en pan. (Continúa mañana)