Perspectivas trinitarias

22.11.2024

70. La devoción al Corazón de Jesús es marcadamente cristológica, es una contemplación directa de Cristo que invita a la unión con él. Esto es legítimo si tenemos en cuenta lo que pide la Carta a los Hebreos: correr nuestra carrera "con los ojos fijos en Jesús" (cf. 12,2). Sin embargo, no podemos ignorar que, al mismo tiempo, Jesús se presenta como camino para ir al Padre: «Yo soy el Camino [...]. Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,6). Él nos quiere llevar al Padre. Así se entiende por qué la predicación de la Iglesia, desde los comienzos, no nos detiene en Jesucristo, sino que nos conduce al Padre. Él es quien, en último término, como plenitud fontal, debe ser glorificado.[53] 

71. Detengámonos, por ejemplo, en la Carta a los Efesios, donde se puede advertir con fuerza y claridad cómo nuestra adoración se orienta al Padre: «Doblo mis rodillas delante del Padre» (Ef 3,14); «hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos» (Ef 4,6); «siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre» (Ef 5,20). El Padre es aquel «a quien nosotros estamos destinados» (1 Co 8,6). Por eso, decía san Juan Pablo II que «toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre».[54] Es lo que experimentó san Ignacio de Antioquía de camino al martirio: «Siento en mi interior la voz de un agua viva que me habla y me dice: "Ven al Padre"».[55] 

72. Es ante todo el Padre de Jesucristo: «Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 1,3). Es «el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria» (Ef 1,17). Cuando el Hijo se hizo hombre, todos los deseos y aspiraciones de su corazón humano se orientaban hacia el Padre. Si vemos cómo Cristo se refería al Padre podemos advertir esta fascinación de su corazón humano, esta perfecta y constante orientación al Padre.[56] Su historia en esta tierra nuestra fue un caminar sintiendo en su corazón humano un llamado incesante de ir al Padre.[57] 

73. Sabemos que la palabra aramea que él usaba para dirigirse al Padre era "Abba", que significa "papito". En su época algunos se molestaban por esa familiaridad (cf. Jn 5,18). Es la expresión que usó Jesús para comunicarse con el Padre cuando aparecía la angustia de la muerte: «Abba —Padre—, todo te es posible: aleja de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mc 14,36). Siempre se reconoció amado por el Padre: «ya me amabas antes de la creación del mundo» (Jn 17,24). Y Jesús, en su corazón humano, se extasiaba escuchando que el Padre le decía: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección» (Mc 1,11).