EL OBISPO: EN CUARESMA NOS DAMOS CUENTA DE NUESTROS PECADOS Y NOS RECONCILIAMOS CON DIOS

El Obispo Martín celebró la Misa de 11 en la Catedral este Domingo IV de Cuaresma. En su homilía invitó a retomar el camino penitencial rumbo a la Pascua, a darnos cuenta de nuestros pecados y a reconciliarnos con Dios y con los hermanos para llegar al Triduo Pascual con el corazón renovado.
Uno de los prefacios de Cuaresma nos habla del itinerario hacia la luz pascual. Nos recuerda que estamos caminando hacia la luz pascual. Esa es nuestra meta, eso es lo que nos motiva en este tiempo. Eso es lo que queremos, a lo que vamos, a llevar esa luz. Y queremos llegar, decíamos, con un corazón renovado, con un corazón purificado. Queremos llegar sintiendo que vale la pena seguir a Jesús. Que vale la pena nuestra fe, vivirla, ponerla en práctica. Que vale la pena el Evangelio. Todo eso tiene que ocurrir en este tiempo, antes de llegar a la meta.
Porque tenemos que llegar a la luz con estos sentimientos, con estas fuerzas. Y para eso es este tiempo que estamos recorriendo. Pero para esto necesitamos este tiempo, de Cuaresma, y bien utilizarlo, no desperdiciarlo.
Necesitamos este tiempo para reflexionar, para entrar en nosotros mismos, para podernos encarar con nuestra propia realidad. Este es el tiempo de que necesitamos espacios especiales que tenemos que hacer en nuestra vida, para encontrarnos con nosotros mismos y ver cuál es nuestra realidad. Porque de eso se trata la conversión, ver esa realidad de cada uno.
Entonces necesitamos reflexionar, necesitamos ese tiempo para meternos un poco más en nosotros mismos, y no mirarnos solamente superficialmente. Entonces esa es nuestra tarea de este día. Todas estas lecturas de estos domingos pasados, nos iban invitando a todo eso.
Entonces el evangelio de hoy es muy conocido, pero que no por muy conocido nos deja decir cosas cada vez que nosotros lo escuchamos. Entonces es importante decirle qué me están diciendo hoy a mí este evangelio. Pero ahí decían que es bueno que este evangelio del hijo pródigo, del padre amoroso, que lo explicamos. Es bueno leerlo en familia porque tiene muchas puntas. Podemos mirarlo desde las distintas situaciones y los distintos personajes, como actúa cada uno y opinar sobre ellos. Es una reflexión también que podemos hacer juntos.
La parábola es lo primero que nos dice, y vamos a ver todos los detalles, pero una de las cosas que nos dice en este camino, ya nuestro, en estas realidades que estamos recorriendo, es tomar conciencia de nuestra realidad. Es lo que le pasa a este muchacho que se fue, que gastó todo y se quedó sin nada. Y en segundo momento que es de su vida, recapacita.
Todo dice, el evangelio es decir, toma conciencia de lo que hizo, de lo que es y de las consecuencias que ha tenido en su vida las elecciones que él tomó. Eso es importante. Pero no solamente es un daño para mí, sino que las consecuencias de mis actitudes tienen repercusión a mi alrededor.
Entonces, es tomar conciencia, ver la realidad, el Dios y la realidad, esto es lo que estoy viendo en este momento. ¿Qué me pasó? Porque estoy acá. ¿Qué me trajo hasta acá? Entonces, la primera lección de esta parábola es, bueno, detengámonos para ver dónde estamos parados, cuál es mi realidad en este momento.
Pero primero tenemos que preguntar si existe el pecado. Antes de seguir. ¿Existe el pecado? Porque hay muchos y... Si no existe, nadie me tiene que perdonar nada.
Cerrar y vamos. Coincidir lo que existe el pecado. Yo creo que sí, pero tenemos que mirar a nuestro alrededor la corrupción, al violencia, la injusticia, todo eso que nos rodea, el pecado, que es lo que nos impide llegar a hacer, lo que tenemos que llegar a hacer, a esa comunión con Dios entre nosotros, para cual fuimos creados, etcétera, etcétera.
Eso es el pecado de sus consecuencias. Desde esas grandes cosas que observamos todos los días a nuestro alrededor y en el mundo, pero también el pecado cuando se nos va en la boca y empezamos a hablar de más, cuando hacemos comentarios que no conducen a nada, que después uno se repite y dice, para acá voy a ver abierto la boca, a quién me llevó todo esto. Bueno, todas esas cosas que afligen a mi vida y afligen a la vida de los demás, hay pecado.
Por lo tanto, si yo considero y tomo conciencia de que yo soy pecado, genial. Ahora si digo, no existe el pecado y tampoco existe en mí, no necesito que nadie me perdone. Y entonces, este evangelio de Jesús, esta palabra de Jesús no es para mí.
Ahora si es para mí, yo tengo que plantarme y decir, bueno, en realidad el pecado cuál es? Primera cosa. ¿Qué consecuencias tiene mi vida y qué consecuencias tiene la vida de los demás? Primera cosa que me enseña, este hombre que cuando toca el fondo dice, qué puedo hacer. Y es que se plantea lo siguiente de esta parábola para nuestra vida, reconocer mi condición de pecado, este es mi pecado, contra esto quiero luchar.
¿Qué voy a hacer con esto? Decir, ta, pero esto yo soy así, aguantenme así como soy. O decir, esto me molesta, molesta a los demás, hiere a los demás, hiere a Dios, y me hiere a mí. Y entonces tengo que buscar sacármelo.
Y entonces, es lo que decide este hombre cuando dice, voy a volver a mi padre, porque se da cuenta de que no tendría que haber salido, que ya estabas con mi padre, tenía todas estas cosas que ha perdido. Entonces, viene la segunda parte de esta parábola, que es el encuentro, la necesidad que tenemos de el encuentro. De mi pecado con la misericordia de Dios, de esto se trata, de encontrarme con la misericordia de Dios.
Por eso es tan importante también en este tiempo el sacramento de la reconciliación. Todos, antes de Pascua nos tenemos que confesar. Hagamos el esfuerzo.
Pero primero, necesitamos hacer este camino. Pero conocer eso y decir, claro con esto, para dejar de lado esta realidad en mi vida, tengo que encontrarme con la misericordia de Dios que me ofrece. El encuentro.
El encuentro que tuvo en la parábola el padre con su hijo. La necesidad de que nos acerquemos al sacramento de la reconciliación. Yo no lo necesito porque yo me confieso directamente con Dios.
Facilísimo, difícil. Pero no. El Señor instituyó el sacramento de la reconciliación y nos dejó a sus sacerdotes, para que fuéramos al puente para esto.
Pero para qué? Para que no nos quedemos sin trabajo? No, no pasa por ahí. Sino para que tengamos la certeza de que estamos siendo perdonados. Y eso es importante sentirlo.
Pero uno dice, me confieso directo con Dios, digo perdoname y me repito todo esto. Pero cuando el sacerdote dice estás absuelto en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu y lo está diciendo, tener la seguridad de que el Señor dejó de lado tu pecado, te lo perdona y te da esta nueva oportunidad en tu vida para que mires hacia adelante con otros ojos. Eso es lo que nos da el sacramento de la reconciliación que tenemos que celebrar en este tiempo.
Otra de las cosas que nos da esta parábola que yo siempre insisto es que vayamos purificando en este tiempo la imagen que tenemos de Dios. Esta parábola es genial para eso porque Jesús nos está mostrando al Padre, a Dios como es. Un Dios paciente misericordioso que no viene y nos dice, ¿viste que yo te dije? ¿No? No nos reprocha, nos recibe cuando nos ve así heridos y arrepentidos nos devuelve la dignidad de eso que le puso las sandalias en los pies, el vestido nuevo, aquello que perdiste yo te lo devuelvo porque yo no quiero tu muerte, quiero tu conversión, quiero la vida tuya y no que te destruyas. Por eso es el Dios en el cual creemos. Es un Dios compasivo, misericordioso que está siendo expectante para que nosotros lleguemos a Él convertidos con ese deseo de cambiar a veces basta el deseo.