DEL COSTADO ABIERTO DE CRISTO BROTA LA VIDA NUEVA

29.11.2024

92. Volvamos a las Sagradas Escrituras, a los textos inspirados que son el principal lugar donde encontramos la Revelación. En ellas y en la Tradición viva de la Iglesia está lo que el mismo Señor ha querido decirnos para toda la historia. A partir de la lectura de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, recogeremos algunos efectos de la Palabra en el largo camino espiritual del Pueblo de Dios.

Sed del amor de Dios

93. La Biblia muestra que al pueblo que había caminado por el desierto y que esperaba la liberación, se le anunciaba una abundancia de agua vivificante: «Sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación» (Is 12,3). Los anuncios mesiánicos fueron tomando la forma de un manantial de agua purificadora: «Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados […] pondré en ustedes un espíritu nuevo» (Ez 36,25-26). Es el agua que devolverá al pueblo una existencia plena, como una fuente que brota del templo y derrama vida y salud a su paso: «Vi que a la orilla del torrente, de uno y otro lado, había una inmensa arboleda. […] Hasta donde llegue el torrente, tendrán vida todos los seres vivientes […] cuando esta agua llegue hasta el Mar, sus aguas quedarán saneadas, y habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente» (Ez 47,7.9).

94. La fiesta judía de las Tiendas ( Sukkot), que recordaba los cuarenta años en el desierto, poco a poco había asumido el símbolo del agua como un elemento central, e incluía un rito de ofrenda de agua cada mañana, que se volvía muy solemne el último día de la fiesta: se realizaba una gran procesión hacia el templo donde finalmente se daban siete vueltas en torno al altar y se ofrendaba a Dios el agua en medio de gran algarabía. [83]

95. El anuncio de la llegada del tiempo mesiánico se presentaba como una fuente abierta para el pueblo: «Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de súplica; y ellos mirarán hacia mí […] al que ellos traspasaron […]. Aquel día, habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza» (Zc 12,10; 13,1).

96. Un traspasado, una fuente abierta, un espíritu de gracia y de oración. Los primeros cristianos inevitablemente veían cumplida esta promesa en el costado abierto de Cristo, fuente de donde mana la vida nueva. Recorriendo el Evangelio de Juan vemos cómo aquella profecía se veía plasmada en Cristo. Contemplamos su costado abierto, de donde brotó el agua del Espíritu: «Uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua» (Jn 19,34). Allí el evangelista añade: «Verán al que ellos mismos traspasaron» (Jn 19,37). Retoma así aquel anuncio del profeta que prometía al pueblo una fuente abierta en Jerusalén, cuando ellos mirarían al traspasado (cf. Zc 12,10). La fuente abierta es el costado herido de Jesucristo.

97. Advertimos que el mismo Evangelio anunciaba ese momento sagrado, precisamente «el último día, el más solemne de la fiesta» de las Tiendas (Jn 7,37). Allí Jesús gritó al pueblo que celebraba en la gran procesión: «El que tenga sed, venga a mí; y beba […] de su seno brotarán manantiales de agua viva» (Jn 7,37-38). Para ello debía llegar su "hora", porque Jesús «aún no había sido glorificado» (Jn 7,39). Todo se cumplió en la fuente desbordante de la Cruz.

98. En el libro del Apocalipsis reaparecen tanto el Traspasado: «todos lo verán, aun aquellos que lo habían traspasado» (Ap 1,7), como la fuente abierta: «Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida» (Ap 22,17).

99. El costado traspasado es al mismo tiempo la sede del amor, un amor que Dios declaró a su pueblo con tantas palabras diferentes que vale la pena recordar:

«Eres de gran precio a mis ojos, […] eres valioso, y yo te amo» (Is 43,4).

«¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella te olvide, yo no te olvidaré! Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos» (Is 49,15-16).

«Aunque se aparten las montañas y vacilen las colinas, mi amor no se apartará de ti, mi alianza de paz no vacilará» (Is 54,10).

«Yo te amé con un amor eterno, por eso te atraje con fidelidad» (Jr 31,3).

«¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor, y lanza por ti gritos de alegría» (So 3,17).

100. El profeta Oseas llega a hablar del corazón de Dios, ese que «los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor» (Os 11,4). Por ese mismo amor despreciado podía decir: «Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura» (Os 11,8). Pero allí siempre vencerá la misericordia (cf. Os 11,9), que llegará a su máxima expresión en Cristo, la palabra definitiva de amor.

101. En el Corazón traspasado de Cristo se concentran escritas en carne todas las expresiones de amor de las Escrituras. No es un amor que simplemente se declara, sino que su costado abierto es manantial de vida para los amados, es aquella fuente que sacia la sed de su pueblo. Como enseñaba san Juan Pablo II, «los elementos esenciales de esta devoción pertenecen, de manera permanente, a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda su historia; pues desde el principio la Iglesia ha dirigido su mirada al Corazón de Cristo traspasado en la cruz». [84]