DE LA EXPERIENCIA INDIVIDUAL AL ENCUENTRO CON EL OTRO

21. En cambio, la parábola del Buen Samaritano nos desafía a hacer frente a la "cultura del descarte" digital, y a ayudarnos mutuamente a salir de nuestra zona de confort haciendo un esfuerzo voluntario para ir al encuentro del otro. Esto solo es posible si nos vaciamos de nosotros mismos comprendiendo que todos formamos parte de la humanidad herida y recordando que Alguien nos miró y tuvo compasión de nosotros.
22. Solamente de este modo podemos -y debemos- ser quienes den el primer paso para superar la indiferencia, porque creemos en un "Dios que no es indiferente"[11]. Podemos y debemos ser los que dejen de preguntarse: "¿cuánto tengo que preocuparme realmente por los demás?", y empiecen a actuar con amor al prójimo, rechazando la lógica de la exclusión y reconstruyendo una lógica de comunidad[12]. Podemos y debemos ser quienes pasen de una concepción de los medios digitales como experiencia individual, a otra basada en el encuentro mutuo que promueve la construcción de la comunidad.
23. En vez de actuar individualmente produciendo contenido o reaccionando a informaciones, ideas o imágenes compartidas por otros, necesitamos preguntarnos: ¿cómo podemos cocrear experiencias en línea más saludables en las que las personas puedan participar en conversaciones y superar los desacuerdos con un espíritu de escucha recíproca? ¿Cómo podemos capacitar a las comunidades para que encuentren modos de superar las divisiones y de fomentar el diálogo y el respeto en las redes sociales? ¿Cómo podemos reconstruir el ambiente de Internet para que sea el lugar que puede y debe ser: un lugar de compartición, colaboración y pertenencia, basado en la confianza mutua?
24. Todos podemos contribuir a generar este cambio comprometiéndonos con los demás y desafiándonos a nosotros mismos en nuestros encuentros con los otros. Como creyentes, estamos llamados a ser comunicadores que se dirigen intencionalmente hacia el encuentro. De este modo, podemos buscar encuentros que sean significativos y duraderos, en lugar de superficiales y efímeros. Orientando las conexiones digitales hacia el encuentro con personas auténticas, la formación de relaciones verdaderas y la construcción de una comunidad genuina, estamos de hecho nutriendo nuestra relación con Dios. Dicho esto, nuestra relación con Dios debe alimentarse también de la oración y la vida sacramental de la Iglesia, que por su misma esencia nunca pueden reducirse simplemente a la esfera digital.